lunes, 28 de marzo de 2016

"Intimidad" o de cómo salvar una película con una historia más que común

Por: Omar Téllez

Intimidad (Intimité) de Patrice Chéreau es una película con una trama dramática que busca ser provocadora con las constantes secuencias de sexo explícito, crudo y sin matices estéticos, lo cual es un gesto arriesgado del director que pudo contar la misma historia sin necesidad de recurrir al elemento visual que despierta al morbo.

Más allá de las escenas explícitas y apegadas a la realidad del sexo común y corriente, la película nos cuenta de forma una tanto lenta el proceso de cómo algo que parecía tan sencillo y libre de complicaciones, poco a poco se vuelve más tortuoso para los involucrados, al grado de romper y descomponer lo que parecía ser un gesto sencillo de rellenar vacíos de una relación monótona y una vida solitaria.

Un caso de infidelidad protagonizado por una mujer que visita a un hombre solitario que vive en un lugar pequeño y desarreglado con el único fin de tener sexo. No hay más pretensiones, más que el de satisfacer el deseo carnal. Ninguno sabe nada del otro y eso parece estar bien para ambos, pues sólo buscan disfrazar sus propios infiernos. Ella, el de la monotonía y la costumbre que mata al amor y él el de la soledad.

Y aunque parece que así va bien y la historia caiga en un bache apenas salvado por las escenas sexuales grabadas de forma que, lejos de causar excitación, provocan interés por los ángulos y las posiciones de la cámara, el clímax del film empieza cuando él se interesa en ver más allá de ella y comienza una relación amistosa con el esposo al cual engañan.

La culpa llega a él y al mismo tiempo la pregunta de si está haciendo bien o mal y si es que está haciendo el mal, cómo conseguir hacer el bien, hasta llegar a la conclusión de que ambos deben aprender a dejar para afrontar sus problemas, porque lo más fácil que pueden hacer es permanecer.

La película es un drama con una historia buena, mas no sorprendente, que se apoya del morbo o la buena realización de las escenas sexuales (según el ojo que las vea), ya que sin esas escenas, habría sido un filme que hubiera pasado sin pena ni gloria en su época, pero es el elemento explícito, crudo y sin maquillaje lo que le da puntos extras por el valor de arriesgarse, tal como sus personajes se arriesgan a dejar y abandonar, antes que permanecer.

Título original: Intimité (Intimacy)
Año: 2001
Duración: 114 min.
País: Francia

lunes, 21 de marzo de 2016

Lucha libre mexicana: el opaco presente de un brillante pasado

Por: Omar Téllez

La ciudad de México ve paciente el transcurrir de un día más y en el cielo se aprecia ese color anaranjado propio del atardecer. Se está terminando un viernes más; la gente lo sabe y el transporte público se llena de personas que van de regreso a su hogar para descansar y olvidar la semana de trabajo, escuela y obligaciones cotidianas. Algunos otros ven con emoción en andar de las manecillas del reloj; ya casi es la hora esperada.

Desde la salida del metro Balderas se percibe algo distinto. Se ven familias completas, adultos mayores, grupos de jóvenes y algunas parejas, todos caminando hacia la calle de Dr. Lavista, en la colonia Doctores de la delegación Cuauhtémoc: se dirigen a la Arena México.

El origen

Salvador Luteroth
¿Quién iba a pensar que ese viaje de Salvador Lutteroth a Texas, en 1930, iba a desembocar en un estilo de vida llamado lucha libre mexicana?

Ese espectáculo que apreció el llamado “Padre de la lucha libre” despertó la curiosidad del, en ese entonces, joven empresario y comenzó a investigar más del asunto, hasta que el 21 de septiembre de 1933 organizó una función de lucha libre en México, la primera de la Empresa Mexicana de Lucha Libre (hoy llamada Consejo Mundial de Lucha Libre).

Esa función fue encabezada por un enfrentamiento en mano a mano de Cowboy Murph contra Jack O’Brien; la mayoría de los luchadores eran norteamericanos, sin embargo, a partir de ese día se estableció de manera formal en México la lucha libre y comenzaron a surgir gladiadores nacionales que poco a poco se convirtieron en estrellas mundiales.

Las calles de Dr. Lucio, Dr. Carmona y Dr. Lavista se encuentran inundadas de color y sabor; vendedores de máscaras, capas, playeras, películas, luchadores de juguete y réplicas a escala de un ring se encargan de ir contagiando de ambiente al público que poco a poco va llegando a la Catedral de la lucha libre.

Arena México


Arena México
Faltando 10 minutos para el inicio de la función, un lugar tan emblemático como lo es la Arena México no ha llenado ni la mitad de sus localidades.

El recinto más importante para la práctica de la lucha libre en nuestro país fue construido en 1954 e inaugurado el 27 de abril de 1956; sufrió una remodelación para los juegos olímpicos de 1968 y a partir de ahí, su capacidad es de 17,678 personas, aunque por cuestiones de seguridad, solo se ponen a la venta 15,000 localidades.

Antes de la México Catedral, existió en el mismo terreno la Arena Modelo, con capacidad para 3,000 personas.

La pantalla gigante se enciende, en el sonido local se anuncian algunos patrocinadores, la gente del staff sube al ring a comprobar que todo esté en orden y a darle una última apretada a las cuerdas. “Nada está de más para evitar accidentes”, comentan, aunque estos, en un deporte de contacto como lo es el del pancracio, estén a la orden del día.

El riesgo de vivir de la lucha


Todos los que piensan que la lucha libre es una farsa se desengañan cuando asisten a una función y ven los pechos enrojecidos por los golpes o son testigos de una lesión o fractura en plena función.

Oro, uno de los luchadores que ha muerto en el ring
También están aquellos que no terminan de entender hasta que conocen la terrible historia de Oro, un joven luchador que había escalado a la cima del estrellato gracias a sus temerarios lances; el 26 de octubre de 1993, la Arena Coliseo fue escenario de una tragedia.

Era la lucha semifinal y Kahoz le propinó un golpe con el antebrazo al cuello de Oro, quien cayó de forma pesada y con la nuca sobre el ring; puso las manos en su cuello, rodó hacia abajo y no se levantó.

Llegó el personal médico para meterlo a vestidores en camilla y mientras preparaban su traslado al hospital, Oro murió.

Los narradores encargados de llevar la transmisión para la televisión toman sus lugares y de pronto se apagan todas las luces; de inmediato se enciende una luz que apunta al presentador.

“Muy buenas noches, familia mexicana, bienvenidos a la tradicional Arena México” dice alargando las palabras y despertando la emoción de los presentes. Es curioso cómo la expresión de emoción de los más pequeños es idéntica a la de los adultos. Ninguno de los dos puede ocultar su sonrisa ni ese brillo en los ojos que les provoca el hecho de estar a punto de ver a los luchadores que salen en la tele, a esos superhéroes de carne y hueso.

El presentador termina su discurso y enseguida se enciende la pantalla, salen cuatro edecanes que, sin importar el clima, lucen atuendos diminutos y una gran sonrisa, suena la música y sale la primera pareja de luchadores.

Uno enmascarado y otro con la cara descubierta; máscaras y cabelleras, lo más valioso que tiene un luchador; la máscara es el elemento que distingue a la lucha libre mexicana de la que se practica en cualquier otra parte del mundo.

Las máscaras


La primera máscara fue hecha de cuero de cerdo y actualmente está cotizada en 65,000 dólares y a partir de ella, surgió la tradición de cubrir la identidad y adoptar una personalidad ficticia.

Alguna vez mencionó El Santo que los luchadores buscan el reconocimiento sobre el ring y lo que pasa debajo de él es una vida distinta; no les interesa la fama en la calle, porque si así fuera, se quitarían la máscara para que la gente los reconociera.

En los años treinta, “el Hombre Rojo” tuvo la osadía de autonombrarse el mejor luchador del mundo; tal fue su seguridad que prometió quitarse la máscara el día que alguien lo derrotara, pero si el vencía, su rival tendría que desenmascararse o raparse en el centro del ring.

Así inició con la tradición de luchas máscara contra máscara, máscara contra cabellera y cabellera contra cabellera; sin duda, la más recordada es aquella del Santo contra Black Shadow en noviembre de 1952; el embudo de Perú #77 resultó insuficiente y más de 7,000 personas se quedaron afuera.

La lucha duró más de hora y media, los gladiadores terminaron agotados y, finalmente, Black Shadow resultó perdedor y tuvo que dar a conocer su identidad.

El bien contra el mal


Inicia la lucha; la eterna batalla del bien contra el mal se está llevando a cabo en un ring de 6×6 metros, rodeado de cuerdas elásticas y un público que asistió no sólo para ser un ciego espectador, sino para gritar y sacar el estrés de su vida cotidiana.

“En las luchas uno se transforma, gritas, aplaudes y te emocionas. Sales bien relajadito y listo para la otra semana” comenta Germán Ramírez, aficionado al deporte-espectáculo.

Rudos contra técnicos, buenos contra malos, sucios contra limpios


El brillante pasado


En la década de los 50 – época más gloriosa de la lucha libre mexicana- brillaron luchadores de ambos bandos, como Black Shadow, Enrique Llanes, El Santo, Blue Demon, Rayo de Jalisco, Gori Guerrero, Cavernario Galindo, Espanto I y II, Huracán Ramírez y muchísimos más.

Indudablemente, los más apoyados eran los técnicos; en la actualidad, es muy común que los rudos tengan más gritos y arengas de apoyo. Pareciera que la gente se cansó de estar de lado de los buenos, los que sufren pero al final ganan. Ahora quieren estar con los malos, los que se la pasan bien la mayor parte del tiempo.

La lucha termina; esta vez los técnicos salen con el brazo en alto y con la aprobación del público. La gente les aplaude, corea sus nombres y reconoce su esfuerzo.

El ídolo

Por un momento llega la nostalgia del gran ídolo de la lucha libre mexicana, ese luchador que llenaba cualquier arena en la que se presentaba y ese que, amado u odiado, siempre era reconocido por su entrega, talento y carisma. Nos hace recordar la Leyenda del Enmascarado de Plata: El Santo.


El opaco presente

Cuando la función termina, la gente sale apresurada de la arena para abordar el metro, metrobus o cualquier transporte que los lleve a su casa. La magia no se ha perdido, pero es evidente que en la actualidad, la lucha libre no está en su mejor momento.

El público ha dejado de asistir a las arenas y los promotores intentan de forma desesperada crear un nuevo “boom” que genere interés de los aficionados; lucha extrema, en jaula, a oscuras y más han sido experimentos que funcionan para un sector muy reducido, hacen ruido poco tiempo y después vuelven a ser hundirse en el bache.

Varios factores influyen en esta crisis: precios altos, falta de creatividad en luchadores y promotores, una nueva ola de aficionados que prefieren informarse y ver funciones por internet que asistir a funciones en vivo. Incluso la inseguridad que se vive en el país es un factor que aleja a las familias de las arenas.

Un panorama complicado para todos los que viven haciendo la lucha, en la lucha libre; luchadores que han entregado su vida a ese deporte y ahora son conscientes que tienen que dividir su tiempo en el deporte de sus amores y otra profesión que les ayude a solventar sus gastos.


¿La lucha libre está en crisis? Sí, lo está.

¿Cuál es la solución? A ciencia cierta, nadie lo sabe, pero para salir del bache es necesario que todos los involucrados pongan de su parte; luchadores, comisión de box y lucha, promotores, empresarios, medios especializados y aficionados. Todos tenemos parte de culpa y está en todos remediarlo.

Cada día se ve más lejos el surgimiento de un nuevo ídolo del calibre de aquellas estrellas de los años 50.

Habrá que tener paciencia, esperar y hacer lo que nos corresponde a todos lo que estamos interesados en no dejar morir esta tradición; queremos que el deporte espectáculo siga viviendo y no se convierta en sólo un lindo recuerdo.

La vida en La Barranca: Entrevista a José Manuel Aguilera

Entrevista y texto: Omar Téllez
Fotografías: Nidia Colin



Guitarrista, cantante, compositor y productor, José Manuel Aguilera es el actual líder y fundador de La Barranca, banda de rock mexicana que algunos consideran “de culto”, aunque a Aguilera le parezca particularmente desagradable ese adjetivo. Su camino musical incluye bandas como Sangre Asteka, Nine Rain y Jaguares.

“Mi paso por Jaguares fue breve, duró como un año y me dejó mucho dinero” comenta con una expresión que mezcla el desencanto con un poco de ironía. También me dejó satisfacciones y, cualquier experiencia, no solo las musicales, siempre te dejan algo; me gustó estar ahí y lo disfruté, dice José Manuel, aunque sus palabras y sus gestos nos hagan creer lo contrario.

Enfundado en un saco de pana negro, una camisa color café abrochada hasta la altura del pecho que deja ver sus amuletos, mismos que toca y acaricia cada que sus manos lo desean y un par de cicatrices a la altura del corazón que nos hacen pensar en todas las canciones escritas por él sobre las heridas de amor, pantalón también negro y zapatos impecables, José Manuel Aguilera luce como un hombre serio, frío y de personalidad aplastante, sin embargo, su cabello largo y peinado de forma cuidadosa para aparentar que está despeinado, sus lentes oscuros que no impiden sentir la fuerza de su mirada y esa sonrisa discreta pero sincera, le dan un toque de gentileza y amabilidad que confunden los sentidos de cualquier persona.

“La Barranca es un vehículo para hace música”


A finales de 1994, José Manuel Aguilera y el bajista Federico Fong se juntan en el DF y graban de forma informal cuatro canciones: Los Muertos, Al Final de la Playa, El Sur y Tu Boca, con las cuales descubren una ruta nueva de hacer canciones. Al proyecto se suma el baterista Alfonso André y en la semana santa de 1995, viajan a Guadalajara para grabar lo que sería su primer disco “El Fuego de la Noche” y por sugerencia del nuevo integrante, la banda toma el nombre de una de las canciones que grabaron: La Barranca.

“La Barranca es un vehículo que construimos hace muchos años para hacer música y, personalmente, para tocar canciones mías; es una salida para mostrar la música que hacemos.”

Portada "El Fuego de la Noche"
Después de “El Fuego de la Noche” (1996), siguieron los discos “Tempestad” (1997), “Día Negro” (EP, 1997), “Rueda de los Tiempos” (2000), “Denzura” (2003), “Cielo Protector” (EP, 2004), “El Fluir” (2004), “Providencia” (2008), “Construcción” (2008) y “Piedad Ciudad” (2010), donde han contado con la colaboración de artistas de la talla de Cecilia Toussaint, Jorge Cox, entre otros.

A lo largo de los años, la banda ha sufrido varias transformaciones y se han sumado músicos, al mismo tiempo que otros han abandonado el proyecto, pasando por La Barranca nombres como Alex Otaola, Alonso Arreola y José María Arreola.

“Nunca ha sido complicado construir una alineación para la banda, siempre ha habido músicos interesados en tocar en La Barranca. Realmente La Barranca surgió como un dueto y esa esencia se ha mantenido: un dueto al que se han sumado músicos que ocupen los otros roles, sobretodo baterista, nunca tuvimos realmente un baterista” dice Aguilera con una sonrisa burlona.


“No me gusta repetirme”


Las alineaciones fijas no existen, hasta los Rolling Stones han tenido cambios, todas las alineaciones cambian. Cuando las alineaciones son fijas te permiten desarrollar una relación más allá de lo musical y crecer juntos, por otro lado, cuando las alineaciones cambian te obliga a replantearte las cosas y cambiar los modos de hacer, te ayuda a romper rutinas y eso es bueno en la música, platica José Manuel un poco más suelto y en confianza, dejando de lado esa mirada clavada el piso y volteando un poco a mi rostro.

¿No te gustan las rutinas? “No me gusta repetirme”, contesta luego de una pausa, voltear a su lado derecho y alzar la ceja izquierda.

A mi lado se encontraba Elizabeth Álvarez, una de las más grandes y fieles seguidoras de la banda y de José Manuel Aguilera. Ella dice que escuchar a La Barranca siempre da una respuesta a todo, sin importar en qué momento de la vida se encuentre. “Liza es una gran evangelizadora”, dice José Manuel viéndola sonriente, con un semblante tierno y apenado.

Cuando yo estaba muy chavita, tenía como 19 años y ya me gustaba La Barranca, ya también escribía crónicas de los conciertos a los que iba. Entonces luego supe que podía enviarles las crónicas que escribía a ellos, a La Barranca pues, y empecé a hacerlo: crónica que escribía de un concierto, crónica que les mandaba.

Pero estaba muy chavita y además tenía lo groupie en la sangre desde niña, así que escribía con mucha intensidad sobre el concierto y sobre cada uno de los músicos, sobre todo de José Manuel y en una ocasión fui a verlos a Querétaro con otros amigos.

Acabando el concierto me acerqué para que me autografiara el poster del evento. Cuando me dijo que para quién firmaba el autógrafo, le di mi nombre y me dijo: “¿Eliza? ¿Tú eres la Eliza que escribe esas crónicas tan inspiradas?”

Como te imaginarás yo casi me muero de la emoción de que me ubicara por eso y le dije que sí, que era yo.

Él me dijo: “Has de saber que nos gusta mucho lo que escribes sobre nosotros, pero tengo que decirte que considero que los adjetivos que usas hacia mi persona resultan demasiados, no merezco tantos”

Elizabeth Álvarez

Cuando se le pregunta su opinión sobre los fans, José Manuel Aguilera contesta luego de una risa un poco nerviosa: “bueno, no me gusta llamarles fans, pero ellos mismos se llaman fans. Son público. Por supuesto que conozco a algunos personalmente, pero soy malo para los nombres y las caras. La música, si no tiene alguien que la escuche, no cierra el círculo. Mis motivaciones normalmente son personales, lo que busco está en la propia música, pero a la hora de grabarla y presentarla, siempre está presente el público como una cosa abstracta, como un ente formado por caras y nombres, pero es la gente a la que tú le quieres decir algo y se los quieres decir de la mejor forma posible. Son fundamentales, son los que le dan sentido a las cosas que haces y para ellos es que las haces con cierto nivel de calidad y claridad.”

Es algo muy loco, porque puede ser que el público conozca mucho de ti a través de tu música y tú conoces muy poco de ellos, los has visto una o dos veces, no sabes ni sus nombres. Pero es importante tener claro que la relación que ellos tienen no es contigo como persona, te conocen como artista y aunque no son cosas diferentes, tampoco es lo mismo. Tienes una vida privada y esa es muy difícil que la conozcan, comenta Aguilera dejando ver que tiene bien definida la barrera entre lo público y lo privado.

“Soy totalmente diferente cuando estoy tocando, que cuando no estoy tocando; es un proceso catártico”


Al hablar del proceso de grabación y los conciertos, Aguilera menciona “El proceso de grabación me gusta porque es como crear una burbuja amniótica y hay poca interferencia del mundo, solo estás tú y la música. Cuando uno está haciendo un disco, entras en un ritual donde sacas lo mejor de ti, al menos como músico. Es padre, porque estas aislado.

Por otro lado, los conciertos llevan un proceso de logística y preparación que muchas veces no son tan disfrutables, lo padre es cuando estás arriba del escenario, pero influyen cosas como las cuestiones técnicas y el público que definirán si el concierto es disfrutable o no. Me doy cuenta que soy totalmente diferente cuando estoy tocando que cuando no estoy tocando, es un proceso catártico.”

“He tenido conciertos de los que he salido muy sacado de onda, pero afortunadamente no tiendo a clavarme en esos recuerdos. Hubo una vez un festival, un montón de bandas, condiciones técnicas muy precarias, estaba lloviendo, en el peor lugar del cartel, no se oía bien, estábamos exponiéndonos porque con la lluvia nos podíamos electrocutar, las bandas eran metaleras, no era nuestro público. Cuando pasa algo así, te bajas sintiéndote realmente muy mal, pero también hemos tenido conciertos memorablemente buenos”


“Cada canción es como una cerradura y tiene su propia llave”


Confirmando que lo suyo no es tener rutinas, Aguilera dice que no tiene un ritual o proceso para componer canciones. “Creo que cada canción es una cosa que tienes que resolver y no hay una fórmula, cada canción es como una cerradura y tiene su propia llave, pero eso implica que ya hay una llave, lo que quiero decir es que esa llave puede ser cualquier cosa. Por lo general empiezo a componer canciones con una guitarra acústica, pero no todas. Las canciones pueden empezar con una pequeña semilla, que puede ser una palabra, un acorde, un título… quién sabe, todas empiezan distinto”

¿Tienes un algo o un alguien que te inspire? José Manuel pone la mano en su barbilla, voltea a su derecha, regresa su mirada a mí, alza la ceja derecha, la baja, alza la ceja izquierda y contesta: “Sí, la inspiración es una cosa muy enigmática y quién sabe si en realidad exista, los artistas suelen referirse a ella, y si esto existe es algo que está fuera de tu control. Para mí esa inspiración como una cosa mágica que aparece por supuesto que la he sentido, pero no sé cómo convocarla. Hay otro tipo de cosas que también te motivan a hacer música, pueden ser otros músicos, una canción que te gusta, puede ser un libro, una película, una escena o una persona, en fin, pueden ser muchas cosas las que te motiven a hacer algo”.

“Me daba miedo volverme loco”


Sobre su vida privada, Aguilera es muy hermético. Comenta que tuvo una infancia normal, con momentos felices y otros no tanto. “Los niños sufren como cualquier persona, quizá desde la perspectiva de los adultos, sus problemas son menospreciables, pero desde el punto de vista del niños son problemas grandes”.

“Me daba miedo volverme loco, ese era mi mayor temor de niño y también me daban miedo las cosas que le dan miedo a los niños chiquitos: la oscuridad, estar solo”.

Cuenta que desde niño ha leído muchísimo, pues eso es como una tradición familiar, lo mismo con la música, pues en su casa, su mamá escuchaba música no muy común para la época y para una señora. “Afortunadamente nunca se escuchó en mi casa el pop mexicano, lo cual agradezco, se escuchaba música internacional: música francesa, música brasileña, temas de películas que estaban de moda. Luego, tenía amigos que escuchaban folk y por su puesto rock, el rock me gustó desde temprana edad, aunque me gustó la música antes que el rock y me gustó la guitarra antes que el rock.”

Sobre cómo aprendió a tocar la guitarra, dice: “He aprendido gradualmente, empecé desde muy chavo viendo a una tía tocar la guitarra, después con los amigos, alguna vez con un maestro y a la fecha sigo aprendiendo con los músicos, los discos y los retos que yo mismo me pongo.”

Encerrado en una concha hermética, José Manuel Aguilera cuenta que su familia es una familia “normal”, está casado y tiene una hija adolescente. “Les he compuesto canciones, se las regalo, he publicado algunas, pero no me gusta que sean cerradas”.

“Hasta el Fin del mundo” – La Barranca

En un momento somnoliento 
vi surgir tu imagen entre el viento
no sé si fuiste un sueño tú
o un sueño es lo que vivo todo el tiempo
y sé que te he tratado mal
que no debí llevarte mar adentro
sin avisarte que quizá
no habríamos de volver al mismo puerto

Y de nuevo vuelvo a ti 
como a la flor abierta el colibrí
no sé si yo te haré feliz
mas juro que tus labios purifican
igual que un cáncer que es mortal
el mal se esconde donde no imaginas
pero en la noche tropical
algún conjuro tuyo lo disipa.


“Hasta el fin del mundo” fue escrita por José Manuel Aguilera, dedicada a su esposa.


“I don’t wanna know” contesta Aguilera cuando se le cuestiona sobre cómo se ve en un futuro. “No sé, no me gusta pensar demasiado en el futuro, creo que es un ejercicio inútil. Me gustaría seguir haciendo música”.

“La felicidad está sobrevaluada”


¿Vives en una barranca? –“Físicamente, sí. Mi casa tiene una pequeña barranca”, dice Aguilera, con risa nerviosa. “Emocionalmente, no”.

¿Eres feliz? –“A veces sí. Pero creo que la felicidad es algo que se busca, pero no es lo esencial de la vida, está sobrevaluada. Hay mucha gente que hace cosas y es creativa y no es feliz. Yo creo que hay que buscar la felicidad, pero no es el fin de la vida”.

¿Cuál es el fin de la vida? – “Hacer cosas”.

¿Qué es la vida? – “El tiempo que tenemos para hacer esas cosas”.

¿Estás enamorado? – “A veces sí, a veces no”.

¿Qué es el amor? – “El amor cada quien lo define, pero es una emoción poderosa, efervescente, que te hace hacer muchas locuras. Se puede ver como una enfermedad mental. Cuando estás realmente enamorado, estas como drogado”.

¿Te sientes satisfecho con tu vida? – “Sí y no. Satisfecho con ciertas cosas, con otras no”.

¿Qué te falta? – “Me gustaría hacer una canción verdaderamente chingona”.

¿Te gusta conquistar nuevos públicos? – “Sí, es padre saber que alguien llega a La Barranca. Hay mucha gente que ha escuchado el nombre de La Barranca, pero son pocos los que han oído la música de la banda. Cuando la conocen, les despierta el interés de conocer lo que hemos hecho antes, para ellos es como descubrir la punta de un iceberg y es padre, siempre es bueno que se sumen.”

Luego de reír por las últimas preguntas, José Manuel se levanta de la banca de la Plaza de Santa Catarina, Coyoacán, posa para una foto, se despide de mí, de la fotógrafa y de Eliza. Sonríe, camina hacia su auto y a lo lejos hace un ademán para extender su despedida y sigue su camino, dejando en el aire esa esencia tan especial que desprenden las personas profundas. La esencia que desprenden las personas que se han despeñado en La Barranca.